"Civitas Solis Vocabitur Una".
Isaías Cap. XIX
v.18
A
principios del siglo XIX, Écija, una de las grandes ciudades del sur del
Imperio Romano y de Al Ándalus, conocida como la Ciudad del Sol, parece haber
caído bajo el influjo del Sol Negro. Una epidemia de fiebre amarilla entre los años
1800 y 1804 asola la población. En 1810, el ejército francés no encuentra
resistencia, agotan las reservas de la ciudad y ahogan con sus tributos a los
ciudadanos. Una vez estos se hayan marchado, el latifundismo de las familias
ilustres es el único amo. La ciudad se llena de casas de bebida o lupanares, de
gente de mal vivir -según el criterio de las autoridades de la época-,
analfabetos, huérfanos, mendigos, ladrones, braceros sin campos que trabajar. En
1812 durante la procesión del patrono de la ciudad, San Pablo, se produce una
revuelta en la cárcel, y en la Semana Santa del mismo año, se conocen actos
vandálicos y blasfemantes contra las imágenes religiosas. La multitud de
malhechores aumenta. Por la ciudad transitan con armas y caballos como jinetes
de mal augurio. Aquí comienza la historia de la famosa partida de bandoleros
“Los Siete Niños de Écija”.
El
número siete de la cábala ha ido acompañando a este grupo de bandoleros por los
diferentes relatos de la historia, desde Washington Irving a Charles Dickens
-incluso fueron incluidos en el compendio de la delincuencia mundial The lives and exploits of banditti and
robbers in all parts of the world de Charles McFarlane-. Cierto es, que
cuando un miembro de la partida era abatido pronto se reemplazaba por otro
compañero, por lo que el imaginario místico literario lo tuvo fácil para dotar
a estos hombres de un componente mágico y heroico, a su vez, por sus famosas hazañas.
Pero lo que había detrás de esta muestra de inmortalidad, era una organización
perfectamente orquestada y compuesta tanto por los mismos bandoleros como por guardas
de campo, propietarios de cortijos, delincuentes comunes, autoridades locales y
hasta el propio clero; que tenían como sede Écija, la cual los correspondía con
su apoyo a la orilla del Genil y al amparo de sus olivos, mientras la famosa
partida cubría toda la zona que delimita el actual tramo de la A4
Córdoba-Sevilla. Así, se ha conocido que durante los cinco años que la gavilla
estuvo en activo (1813-1818) estuvo compuesta por casi treinta miembros (sin
contar la extensa red de encubridores y demás subalternos de “Los Niños”
difícilmente acreditable) de los cuáles
los más famosos serían Juan Padilla,
líder de la cuadrilla original -y
responsable de la leyenda de Juan Palomo-, el “Portugués”, y Pablo Aroca
“Ojitos”, además de “Becerra”, el “Rojo”, el “Cojo”, el “Manco”, “Pancilla” ,
el “Hornerillo” o el Fraile franciscano Fray Antonio de La Gama el “Fraile”.
De
tal importancia son los numerosos robos que acomete la gavilla, entre los que
se encuentran el robo a la diligencia del general Goyeneche o el asalto al
castillo de la Monclova, que el Duque del Infantado, con grandes intereses en
todo el término municipal de Écija -representados hasta nuestros días en el
enfrentamiento en las movilizaciones por la tierra de Marinaleda contra el
heredero contemporáneo del título nobiliario- , se pone al frente de la
persecución de la partida por parte del reciente restaurado absolutismo de
Fernando VII. Pero los bandoleros, algunos guerrilleros en la guerra contra los
franceses, otros, guerrilleros indultados a cambio de luchar en el bando
francés contra sus propios compañeros, contaban con un armamento muy superior a
cualquier autoridad de la época, llegando a portar escopetas o retacos,
trabucos, pistolas y puñales o navajas, además de disponer de los mejores
caballos andaluces. De esta forma, la persecución y aniquilamiento de la
partida de “Los Siete Niños de Écija” se convertirá en una acción de guerra
total, en la que forman parte hasta dos mil personas de diferentes cuerpos como
el Regimiento de Caballería de Borbón que se encontraba acantonado en Écija o
el Regimiento de Cazadores de Numancia Nº 2 de Carmona, así como las distintas
compañías de Escopeteros voluntarios de Andalucía, en este caso la de Granada y
Sevilla, las comisiones militares, o las partidas de paisanos honrados; además
de la contratación de otra banda de bandoleros famosos “Los Guerra”, a los que
enfrentaron directamente a la de “Los Niños”, aunque estos misteriosamente
fueron hechos prisioneros y conducidos a la cárcel de Cádiz, tras lo que se
presupone una conspiración de estos últimos, que evidenciaba sus relaciones con
diferentes estamentos políticos, para deshacerse de “Los Guerra”.
Una de las medidas de presión tomadas por las
autoridades para cercar a la gavilla será prohibir el retraimiento eclesiástico
por el que lo párrocos estaban obligados a dar cobijo a todo aquél que lo
solicitara. Conocidos son los lazos de la partida con varios religiosos durante
su trayectoria, teniendo a varios miembros de la iglesia incluso manejándose en
el doble papel de páter y bandolero. La obstinación de los investigadores
modernos por desacreditar todo componente revolucionario para convertirlos en
unos despiadados delincuentes obvia así que pocos años después de la
desaparición de “Los Niños”, en Andalucía comenzarían las primeras revueltas
campesinas, y que tradicionalmente, ha existido una estrecha relación entre el
clero -ese clero que vive del cristianismo primitivo- y el
movimiento obrero, además de que todos los delitos descritos como los incendios
de cortijos o asaltos de viajeros se producen siempre contra la clase
dominante, y que cuando cometieron actos contra sus iguales fue contra
delatores que pusieron en juego sus vidas. Estos normalmente, sucumbieron a
otra de las medidas puestas en práctica por las autoridades: el intento de
comprar chivatos y delatores a cambio de grandes sumas de dinero o futuros
indultos, llegándose a perpetrar incluso por el alcalde de Écija, un intento de
envenenamiento por opio por parte de dos espías infiltrados en la banda que
acabaron muertos al ser descubiertos. Además, se limitó el uso de las armas de
fuego y los caballos entre los guardas de campo y se diseñó un plan para modernizar
la ciudad con la creación de escuelas públicas, hospicios, hospitales y la
creación de una Junta Patriótica, así como una ordenación de la administración
local de justicia. Entre otras meditas, también están la prohibición de la
entrada a las casas de bebida a las mujeres de mala reputación, así como
jóvenes, y de beber alcohol dentro de las tabernas, por lo que los mostradores
se dispondrían en las puertas de dichos establecimientos, además de reducir sus
horarios, quedando a la vista de todos los números espías que en ese momento
habitaban la ciudad.
Toda esta presión hace que a partir de 1816 la cárcel
se vaya llenando de diversos personajes relacionados con la gavilla. La
connivencia de las diferentes autoridades y municipios que se han visto afectados
por las acciones de “Los Niños” hacen que el fin de esta sea cada vez más cerca
a la vez que se vuelve más violenta en los diferentes encuentros con sus
perseguidores, llegando a matar a varios soldados del regimiento Borbón que mal
equipados poco pueden hacer ante los experimentados bandoleros. Empiezan a ser
detenidos los primeros componentes de la partida y ejecutados en la horca o el
garrote. Sus miembros descuartizados son esparcidos por los diferentes caminos
y lugares donde cometen sus delitos como señal de aviso. La extensa red de la
que hasta este momento disponían se ve considerablemente reducida -llegando a
detener a varias de las mujeres de estos, que tenían un papel importante tanto
de auxilio como de asistencia en las acciones de la partida- y cada vez es más necesario recurrir a la
reserva de la gavilla en los diversos enfrentamientos contra las diferentes
fuerzas represoras.
Al año siguiente, la Sala del Crimen de la Real
Audiencia de Sevilla dicta sentencia condenando en rebeldía a todos los
integrantes de la banda. Los cargos que se les imputan son los de salteadores
de caminos, incendiarios, asesinos y forzadores de mujeres vírgenes y honradas.
Aún sin haberse cumplido un mes de la publicación de la sentencia, las
autoridades localizan a “Los Niños de Écija” en el cortijo del Toril, en la
localidad cordobesa de Santaella. El Teniente Coronel de los Reales Ejércitos
Don Gaspar Fernández de Bobadilla dirige las partidas a su mando contra la
gavilla dando lugar la muerte del “Portugués”, comandante en esos momentos de
la partida, y la prisión de varios miembros que acabarían ejecutados por
garrote vil y divididos sus cuerpos en cuartos esparcidos por el camino de
Écija a Carmona. Al día siguiente, tras una fuga convulsa, son arrestados “El
Fraile” y el “Rojo” por la partida de paisanos de Aguilar de la Frontera que
también serían ejecutados en septiembre de 1817, a pesar de los esfuerzos del
fraile por redimirse trazando un plan contra los restantes miembros de la
banda, que ahora sólo eran cuatro, capitaneados por “Ojitos”, que nunca llegó a
funcionar.
En estos momentos de la historia, el fiscal García de
la Torre, destinado desde la corte a petición del Duque del Infantado y
precursor de todas las medidas anteriormente citadas contra la partida de “Los
Niños de Écija” y la misma localidad, pone el cerco a diferentes autoridades
como el alcalde de Utrera o el vicario de Estepa, por el abrigo y protección
prestada a la temible gavilla durante años. La que una vez fuera una extensa y
organizada red criminal se desmorona con el paso de los días de forma
fulminante. Los pocos miembros que ahora componen la partida permanecen en los
bosques de Sierra Morena escondidos hasta la Semana Santa de 1818. Pero el
panorama que encuentran a su vuelta en la campiña sevillana ahora es muy
distinto. Los diferentes cuerpos represores se encuentran esperándolos
apostados en diferentes lugares de lo que hasta ese momento había sido su hogar,
la “Ciudad del Sol”, obligándolos a retirarse a la sierra tras sus pasos de
nuevo. Estos irán tras ellos sin tregua alguna, creando un cerco cada vez más
estrecho en una persecución que durará días a través de toda Sierra Morena, un
terreno que para los bandoleros no era del todo conocido salvo como refugio.
En un enfrentamiento definitivo contra el Regimiento
de Cazadores de Numancia Nº2 de Carmona, Pablo Aroca “Ojitos”, último
comandante de la gavilla, caerá muerto. Los últimos tres miembros de la
partida, morirían en distintas circunstancias en los próximos meses. El
coronel Nicolás Chacón dejaría escrito:
…habiendo
hecho la inspección del cadáver, se le ha encontrado pintada encima de la
tetilla izquierda una imagen de Nuestra Señora del Carmen y, por bajo, un
letrero que dice: Ojitos. Sin embargo, es tal el horror e indignación de todas
las gentes que se han opuesto a darle sepultura eclesiástica, y ha sido
enterrado en la tarde de ayer cerca de la barca grande en Palma del Río.
Y aquí comienza la leyenda de “Los Siete Niños
de Écija”.