miércoles, 18 de julio de 2018

Bandoleros en la Ciudad del Sol: Los Siete Niños de Écija.



"Civitas Solis Vocabitur Una".
Isaías Cap. XIX v.18


A principios del siglo XIX, Écija, una de las grandes ciudades del sur del Imperio Romano y de Al Ándalus, conocida como la Ciudad del Sol, parece haber caído bajo el influjo del Sol Negro. Una epidemia de fiebre amarilla entre los años 1800 y 1804 asola la población. En 1810, el ejército francés no encuentra resistencia, agotan las reservas de la ciudad y ahogan con sus tributos a los ciudadanos. Una vez estos se hayan marchado, el latifundismo de las familias ilustres es el único amo. La ciudad se llena de casas de bebida o lupanares, de gente de mal vivir -según el criterio de las autoridades de la época-, analfabetos, huérfanos, mendigos, ladrones, braceros sin campos que trabajar. En 1812 durante la procesión del patrono de la ciudad, San Pablo, se produce una revuelta en la cárcel, y en la Semana Santa del mismo año, se conocen actos vandálicos y blasfemantes contra las imágenes religiosas. La multitud de malhechores aumenta. Por la ciudad transitan con armas y caballos como jinetes de mal augurio. Aquí comienza la historia de la famosa partida de bandoleros “Los Siete Niños de Écija”.

El número siete de la cábala ha ido acompañando a este grupo de bandoleros por los diferentes relatos de la historia, desde Washington Irving a Charles Dickens -incluso fueron incluidos en el compendio de la delincuencia mundial The lives and exploits of banditti and robbers in all parts of the world de Charles McFarlane-. Cierto es, que cuando un miembro de la partida era abatido pronto se reemplazaba por otro compañero, por lo que el imaginario místico literario lo tuvo fácil para dotar a estos hombres de un componente mágico y heroico, a su vez, por sus famosas hazañas. Pero lo que había detrás de esta muestra de inmortalidad, era una organización perfectamente orquestada y compuesta tanto por los mismos bandoleros como por guardas de campo, propietarios de cortijos, delincuentes comunes, autoridades locales y hasta el propio clero; que tenían como sede Écija, la cual los correspondía con su apoyo a la orilla del Genil y al amparo de sus olivos, mientras la famosa partida cubría toda la zona que delimita el actual tramo de la A4 Córdoba-Sevilla. Así, se ha conocido que durante los cinco años que la gavilla estuvo en activo (1813-1818) estuvo compuesta por casi treinta miembros (sin contar la extensa red de encubridores y demás subalternos de “Los Niños” difícilmente acreditable)  de los cuáles los más famosos serían Juan Padilla,  líder de la cuadrilla original  -y responsable de la leyenda de Juan Palomo-, el “Portugués”, y Pablo Aroca “Ojitos”, además de “Becerra”, el “Rojo”, el “Cojo”, el “Manco”, “Pancilla” , el “Hornerillo” o el Fraile franciscano Fray Antonio de La Gama el “Fraile”.

De tal importancia son los numerosos robos que acomete la gavilla, entre los que se encuentran el robo a la diligencia del general Goyeneche o el asalto al castillo de la Monclova, que el Duque del Infantado, con grandes intereses en todo el término municipal de Écija -representados hasta nuestros días en el enfrentamiento en las movilizaciones por la tierra de Marinaleda contra el heredero contemporáneo del título nobiliario- , se pone al frente de la persecución de la partida por parte del reciente restaurado absolutismo de Fernando VII. Pero los bandoleros, algunos guerrilleros en la guerra contra los franceses, otros, guerrilleros indultados a cambio de luchar en el bando francés contra sus propios compañeros, contaban con un armamento muy superior a cualquier autoridad de la época, llegando a portar escopetas o retacos, trabucos, pistolas y puñales o navajas, además de disponer de los mejores caballos andaluces. De esta forma, la persecución y aniquilamiento de la partida de “Los Siete Niños de Écija” se convertirá en una acción de guerra total, en la que forman parte hasta dos mil personas de diferentes cuerpos como el Regimiento de Caballería de Borbón que se encontraba acantonado en Écija o el Regimiento de Cazadores de Numancia Nº 2 de Carmona, así como las distintas compañías de Escopeteros voluntarios de Andalucía, en este caso la de Granada y Sevilla, las comisiones militares, o las partidas de paisanos honrados; además de la contratación de otra banda de bandoleros famosos “Los Guerra”, a los que enfrentaron directamente a la de “Los Niños”, aunque estos misteriosamente fueron hechos prisioneros y conducidos a la cárcel de Cádiz, tras lo que se presupone una conspiración de estos últimos, que evidenciaba sus relaciones con diferentes estamentos políticos, para deshacerse de “Los Guerra”.

Una de las medidas de presión tomadas por las autoridades para cercar a la gavilla será prohibir el retraimiento eclesiástico por el que lo párrocos estaban obligados a dar cobijo a todo aquél que lo solicitara. Conocidos son los lazos de la partida con varios religiosos durante su trayectoria, teniendo a varios miembros de la iglesia incluso manejándose en el doble papel de páter y bandolero. La obstinación de los investigadores modernos por desacreditar todo componente revolucionario para convertirlos en unos despiadados delincuentes obvia así que pocos años después de la desaparición de “Los Niños”, en Andalucía comenzarían las primeras revueltas campesinas, y que tradicionalmente, ha existido una estrecha relación entre el clero  -ese clero  que vive del cristianismo primitivo- y el movimiento obrero, además de que todos los delitos descritos como los incendios de cortijos o asaltos de viajeros se producen siempre contra la clase dominante, y que cuando cometieron actos contra sus iguales fue contra delatores que pusieron en juego sus vidas. Estos normalmente, sucumbieron a otra de las medidas puestas en práctica por las autoridades: el intento de comprar chivatos y delatores a cambio de grandes sumas de dinero o futuros indultos, llegándose a perpetrar incluso por el alcalde de Écija, un intento de envenenamiento por opio por parte de dos espías infiltrados en la banda que acabaron muertos al ser descubiertos. Además, se limitó el uso de las armas de fuego y los caballos entre los guardas de campo y se diseñó un plan para modernizar la ciudad con la creación de escuelas públicas, hospicios, hospitales y la creación de una Junta Patriótica, así como una ordenación de la administración local de justicia. Entre otras meditas, también están la prohibición de la entrada a las casas de bebida a las mujeres de mala reputación, así como jóvenes, y de beber alcohol dentro de las tabernas, por lo que los mostradores se dispondrían en las puertas de dichos establecimientos, además de reducir sus horarios, quedando a la vista de todos los números espías que en ese momento habitaban la ciudad.

Toda esta presión hace que a partir de 1816 la cárcel se vaya llenando de diversos personajes relacionados con la gavilla. La connivencia de las diferentes autoridades y municipios que se han visto afectados por las acciones de “Los Niños” hacen que el fin de esta sea cada vez más cerca a la vez que se vuelve más violenta en los diferentes encuentros con sus perseguidores, llegando a matar a varios soldados del regimiento Borbón que mal equipados poco pueden hacer ante los experimentados bandoleros. Empiezan a ser detenidos los primeros componentes de la partida y ejecutados en la horca o el garrote. Sus miembros descuartizados son esparcidos por los diferentes caminos y lugares donde cometen sus delitos como señal de aviso. La extensa red de la que hasta este momento disponían se ve considerablemente reducida -llegando a detener a varias de las mujeres de estos, que tenían un papel importante tanto de auxilio como de asistencia en las acciones de la partida-  y cada vez es más necesario recurrir a la reserva de la gavilla en los diversos enfrentamientos contra las diferentes fuerzas represoras.
Al año siguiente, la Sala del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla dicta sentencia condenando en rebeldía a todos los integrantes de la banda. Los cargos que se les imputan son los de salteadores de caminos, incendiarios, asesinos y forzadores de mujeres vírgenes y honradas. Aún sin haberse cumplido un mes de la publicación de la sentencia, las autoridades localizan a “Los Niños de Écija” en el cortijo del Toril, en la localidad cordobesa de Santaella. El Teniente Coronel de los Reales Ejércitos Don Gaspar Fernández de Bobadilla dirige las partidas a su mando contra la gavilla dando lugar la muerte del “Portugués”, comandante en esos momentos de la partida, y la prisión de varios miembros que acabarían ejecutados por garrote vil y divididos sus cuerpos en cuartos esparcidos por el camino de Écija a Carmona. Al día siguiente, tras una fuga convulsa, son arrestados “El Fraile” y el “Rojo” por la partida de paisanos de Aguilar de la Frontera que también serían ejecutados en septiembre de 1817, a pesar de los esfuerzos del fraile por redimirse trazando un plan contra los restantes miembros de la banda, que ahora sólo eran cuatro, capitaneados por “Ojitos”, que nunca llegó a funcionar.
En estos momentos de la historia, el fiscal García de la Torre, destinado desde la corte a petición del Duque del Infantado y precursor de todas las medidas anteriormente citadas contra la partida de “Los Niños de Écija” y la misma localidad, pone el cerco a diferentes autoridades como el alcalde de Utrera o el vicario de Estepa, por el abrigo y protección prestada a la temible gavilla durante años. La que una vez fuera una extensa y organizada red criminal se desmorona con el paso de los días de forma fulminante. Los pocos miembros que ahora componen la partida permanecen en los bosques de Sierra Morena escondidos hasta la Semana Santa de 1818. Pero el panorama que encuentran a su vuelta en la campiña sevillana ahora es muy distinto. Los diferentes cuerpos represores se encuentran esperándolos apostados en diferentes lugares de lo que hasta ese momento había sido su hogar, la “Ciudad del Sol”, obligándolos a retirarse a la sierra tras sus pasos de nuevo. Estos irán tras ellos sin tregua alguna, creando un cerco cada vez más estrecho en una persecución que durará días a través de toda Sierra Morena, un terreno que para los bandoleros no era del todo conocido salvo como refugio.

En un enfrentamiento definitivo contra el Regimiento de Cazadores de Numancia Nº2 de Carmona, Pablo Aroca “Ojitos”, último comandante de la gavilla, caerá muerto. Los últimos tres miembros de la partida, morirían en distintas circunstancias en los próximos meses. El coronel Nicolás Chacón dejaría escrito:

…habiendo hecho la inspección del cadáver, se le ha encontrado pintada encima de la tetilla izquierda una imagen de Nuestra Señora del Carmen y, por bajo, un letrero que dice: Ojitos. Sin embargo, es tal el horror e indignación de todas las gentes que se han opuesto a darle sepultura eclesiástica, y ha sido enterrado en la tarde de ayer cerca de la barca grande en Palma del Río.

Y aquí comienza la leyenda de “Los Siete Niños de Écija”.