«¿Hasta cuándo va a estar de moda leer?» se preguntaba el filósofo Santiago
Gerchunoff en Twitter, que recientemente ha sido uno de los autores con los que
Anagrama inauguraba su colección de Nuevos Cuadernos Anagrama (Ironía On
Una defensa de
la conversación pública de masas).
Conociendo el título de su ensayo
—pero sin haberlo leído aún— no me atrevería a responder a esta cuestión, me
temo que caería de la forma más ridícula en una trampa de la que no podría
salir e incluso resultaría torpe el intentarlo, ni tampoco desarrollar un
inefable gusto por el apropiacionismo (JA) y pretender armar una especie de oda
textual a…No, no, dejémoslo. Ciertamente la referencia a la moda a uno le hace pensar directamente
en esa cosa de la cuestión editorial. Los temas que se ponen de manifiesto en
el escaparate de la venta. Todos sabemos cuáles están en estos momentos sobre
la mesa y no hace falta mencionarlos. Esa sartén es suya y no hay más que
hablar.
¿Entonces qué? ppppppppppppppppppppppp.
Lo que me pregunto sin deseos de proyectar una amalgama confusa ni por
lucidez ni por extensión, es por el hecho de escribir —cosa facilísima—, ¿para
qué escribir? Pues bien, ni idea. Qué esperaban. Desde luego que para ganarse
la vida, que es uno de los principios (inculcados) de la sociedad moderna no
—no me hagan hablar de aquellos que lo consiguen—. Larga es la lista de
profesiones “no literarias” y
escritores de reconocido prestigio dentro de la llamada literatura. Y si bien
la cuestión material no parece resolverse a base de calidad sino más bien a golpe
de, ya saben, otros factores, realmente, ¿tengo que seguir con este embrollo de
para qué escribir?
No sé en qué momento se me ocurrió
decir o poner de manifiesto que lo revolucionario sería el no escribir. Cosa
con la que no estoy de acuerdo en absoluto. (O sí). Seguramente tendría el día frío. Preguntarse
para qué escribir resulta tan inútil como preguntarse si merece la pena luchar
en términos políticos. De la forma en que se haga, dependiendo de la valentía o
la sumisión de cada cuál —por añadir un par de adjetivos románticos a la cosa—,
del ángulo de la historia en que nos veamos subidos, escribir es algo que se
hace, y aunque te preguntes ¿para qué
escribir? se vuelve una y otra vez.
Lo suyo sería dejar aquí esta pequeña
entrada, pero sobre volver y volver a escribir quiero reafirmarme. Miren ustedes:
Salinger, de quien nos libramos gracias a SU súper ventas, no dejó de escribir,
puede que dejara de vender (algo nuevo), de mostrarse, y aquí un servidor se lo agradece,
sinceramente. Ahora bien, y para terminar, Rulfo, mi querido Rulfo. Tampoco dejó
de escribir tras Pedro Páramo. Solo
dejó de venderse como escritor. Fue de acá para allá, con esa cosa del cine y
los guiones, y el desierto y la fotografía. Pero no dejó de escribir. Y
seguramente tuvo que vagar con esa cosa a la espalda como un hematoma perenne
de ¿para qué escribir? Pues miren/lean no
lo sé, pero no dejen que lo hagan solo los otros.