domingo, 19 de abril de 2020

Ya llegó (preludio)


Las últimas décadas hemos oído la posibilidad de un virus asesino que acabara con la población mundial. Sobre todo lo hemos contemplado en productos audiovisuales —cómo no—, más allá de programas televisivos magufos especializados. Desde las películas Estallido, pasando por 28 días después, a la serie Utopía. Bien, pues ya llegó. Y ahora qué hay que decir.
Pues bien, repito: no ha nada que decir. Simplemente llegó. No se sabe si de una sopa de murciélago o un laboratorio chino o estadounidense (sorprendentemente a Rusia en esta historia no se le ha asignado un papel principal). Los filósofos, científicos y literatos se han puesto manos a la obra para mostrarnos una realidad. Tanto la que estamos viviendo como la que está por venir. Y aún así: ¿qué hacemos los demás?
Asistimos frente al televisor a las diferentes comparecencias institucionales. Ya no sólo atendemos a nuestro presidente del gobierno o sus diferentes ministros, sino que se han incorporado a la imagen de la democracia distintos sujetos de las fuerzas armadas y policiales del estado. Y los atendemos cómo expertos de no se qué. Escuchamos el número de denuncias públicas efectuadas por éstos. Intervenciones y demás propósitos ejemplarizantes.  Qué nos va a quedar: nos preguntamos en un fuero interno que no reconocemos. Tampoco intento llegar a él. Qué pretensión.

Dicen que en las capitales existe un helicóptero nocturno con un cañón de luz persiguiendo a los infractores que se intentan camuflar entre los edificios. Con distintos destinos y propósitos. Casualmente, el control es más férreo y los resultados más satisfactorios cuanto más pobre es el barrio. El eufemismo elegido para este encierro es el de confinamiento. No sé las especificaciones de este vocablo, igual es solo un sinónimo institucional para la ocasión. La cuestión es que hemos aceptado esto como algo necesario. La muerte es una realidad, una realidad ante la que no tenemos nada que plantear. Y aún así, el trabajo, el futuro, la industria —ésta o aquélla—, se plantan delante de nosotros como muros inquebrantables en los que sujetarse. Nuestro equilibrio mental es su equilibrio vital. El supermercado se ha erigido templo definitivo, y definitivamente, de una sociedad post post post espectáculo. Vacía de teoría. De una con la suficiente fuerza para hacer arder las ruinas de oro chapado.

Así que ya llegó.