lunes, 28 de diciembre de 2020

Documentos Varena

 Acabando el año y metido en la búsqueda de una segunda novela, un año después de la publicación de Varena, dejo aquí archivado algunos documentos en forma de anexo y desprendimiento. 






Tarjeta de registro de préstamo bibliotecario. Biblioteca municipal de Varena. Lituania. 







Extracto del informe secreto de los NIHILISTAS SUREÑOS. 



VARENA. SINOPSIS Y PRESENTACIÓN DEL PROYECTO. 

 

Un joven al borde de la treintena decide ingresar en un programa de voluntariado europeo trasladándose hasta una pequeña población del sur de Lituania llamada Varena, donde trabajará en la biblioteca pública de la ciudad. Allí, pronto descubrirá la burocracia que conlleva dicho programa y su propia inutilidad como voluntario. Quedando a expensas del invierno lituano. Un invierno lleno de noche y de nieve en el que intentará encontrar sus propias reminiscencias. 

 

 

VARENA es un anti diario, una no novela de viajes; un conflicto sobre la comunicación entre un emigrante y los habitantes de un país, entre la actual Lituania y la antigua URSS. La comunicación es una guerra que crea bandos, donde el relato del vencedor aplasta la historia y a los individuos, donde no saber el idioma es nieve. Un conflicto, en este caso, de palabras, de estilo; un intento por la verdad, por la voz de un extranjero. En Varena, se transita por el diario personal, el reportaje periodístico, la novela de viaje y la novela clásica, una lucha de personas y géneros por momentos, poniendo en la encrucijada la auto ficción y la ficción —ese debate literario y publicitario— de una historia en la que el frío está presente como un personaje fuera de campo, la mirada audiovisual y las referencias cinematográficas son constantes, al cine de Cronenberg o al experimental de Jonas Mekas, por ejemplo, a un conflicto por nombrar aquello que se cree saber tal y como lo aprendimos o tal y como la sociedad del espectáculo nos señala a diario a través de nuevos neologismos y símbolos, en la inercia de la post verdad, para una generación en la que mayo del 68 es un fetiche artístico y lo que se nos presenta es abrazo de nihilismo e individualismo, como si la nieve fuera una identidad por la que poder pisar sin arrugar tu cuerpo, sin sentir el fracaso del paisaje y sus coordenadas hacia el éxito. Dentro de una lucha de palabras, en un invierno que no nos corresponde, como ningún presente. 


Documento para la editora.  









Fotografías del primer y último día en Varena. Bloque de pisos soviéticos. 








Eglé. Leyenda lituana. 






 Sutartine lituano. 

lunes, 14 de diciembre de 2020

Poema de


 

He escrito sobre aquello que llamáis el primer amor,

el primero, y luego el primero, otra vez

—como dos montañas alrededor de un valle—;

así, ha sido inevitable haber escrito después sobre el desamor, 

de una forma o de otra, disimulando los chantajes emocionales

que nadie te enseñó a evitar, la ROMANTIZACIÓN, sí, por qué no decirlo, 

de la muerte, también.

 

Amor, desamor, muerte…

 

Y si hay muerte hay vida, y renacimiento, y preguntas. 

 

Pero no hay tiempo salvo para ir al trabajo con las esperanzas de mantenerlo. 

Así que también he escrito sobre ello. Las horas extras no pagadas,

los gritos y los misterios de las nóminas ininteligibles. 

La ansiedad/la infidelidad. 

 

Ya podéis imaginar qué viene después, ningún dios se libraría de la tasa de desempleo española, es el sistema, dicen, un problema estructural que puedes entender mejor

leyendo a Marx, aunque no lo vayas a solucionar, ni con políticani con poética

ni mucho menos con una revolución, ya que, ¿dónde están las armas para el pueblo? 

Como para quejarse con un móvil en el bolsillo. 

 

Entonces viene otra muerte, una más, otra de tantas por llegar,

de las que aún, incluso, no puedo hablar. 

 

Pero sí hablo de obreros, migrantes, los cantes de la pobreza, el campo, la obra,

como un pasado arrebatado, aunque sea presente del cuál aún comemos y caminamos. 

 

—¡Qué espesura! — 

— ¡No se alarmen, aún es peor! — . 

 

Porque entre tanta inutilidad vino ÉL. ¿Es el momento de hablar de Él?

¿Quiere Él que hable de Él? ¿Queréis vosotros que os hable de Él? No lo haré. 

Es cosa improbable. Podría llenaros el tiempo con adjetivos, hacer una lista de ellos. 

(Re)llenaría versos y páginas —embriagado, anonadado—. Y no serviría de nada. Nada es tan efectivo como que te cite un tuitstar de la literatura. Dejemos mis delirios místicos. Digamos algo más simple, digamos que ya no creo en el amor

—pero Él es amor— —¡NO, basta! —.

 

 

Por lo tanto, ahora, ¿de qué voy a escribir? 

 

Ya no queda nada de nieve dentro de mi cuerpo. Ni ramas de árboles 

cuyos nombres no conozco para fustigarme. 

Ahogarme en puntos y comas, 

en mayúsculas o minúsculas, después de punto, comienzo y principio de verso,

seguir clamando sobre el hoyo del que vengo/venimos y al que voy/vamos,

atrapado en alegorías baldías como filtros de Instagram,

o plegarias que nadie consumiría

como producto de última moda literaria. 

 

[Quizás todo eso no sea más que falta de estilo]. 

 

¿Qué contengo ahora? 

Realmente me preocupa el foco, si ponerlo en ustedes, ahí fuera, 

o en mí, aquí dentro, como si fuéramos algo distinto, 

y en cierta manera y forma lo somos, 

pero de cierta manera y en otra forma no lo somos, 

porque yo también estoy ahí afuera con vosotros, 

aunque es cierto que lleve pocos conmigo aquí dentro, 

pero te rodean —nos rodeamos— lo más cerca posible, es algo que no puedes elegir, 

hay círculos y círculos y círculos como estúpidos mandalas de sociedad,

esperando un abrazo de acompañamiento asistido. 

Algunos sabéis bien de qué hablo, porque vosotros

diseñasteis perfectas puertas endogámicas con las que ascender

a través de la materia sobre la revelación;

dejando atrás aquellos amagos de vértices inservibles:

donde no hay espacio para la radicalidad, 

así que te conceden el tono de la rebeldía. 

 

¿De qué voy a escribir? 

 

 

Quizás de la falta constante de estación, 

producto o no de las marcas blancas de fluoxetina

que teje una red contra los pájaros de pecho,

los cantos del hombre deus ex machina;

y el umbral del frío y del calor

de nuestros cuerpos faros de otros mundos. 

 

[Y no sé si lo sabéis, pero Daniel Johnston murió un 11S,

como último reflejo de su diablo risueño].

 

 

Hacerse la misma pregunta una y otra vez, 

¿tiene alguna justificación poética?

No, culpable. 

Condena: cuarentena en un desierto de puntos suspensivos. 

Sinceramente, ¿os interesa la poesía? 

¿Me interesa la poesía? 

 

A veces me pregunto cosas bastante inútiles,

inútiles del todo, 

así que las escribo en twitter, 

como presencia de todo lo inservible.

Y otras, abro el ordenador e intento algunos trucos,

algunas trampas. Creyéndo(me) algo/alguien. 

 

 

He dejado de pensar en árboles y lagos y la cabaña;

todo se ha vuelto inconexo y ruidoso, 

tanto que he encontrado un hueco desde el que mirar

y apoyar mi espalda frente a ( ). 

He dejado de pensar en hojas y flores que nunca he visto ni olido,

incluso me escondo del Sol que un día creí Dios y alimento;

voy por una senda en la que al final hay un bar

donde se encuentra todo el alcohol del mundo. 

He dejado de pensar en el reloj que corre hacia atrás,

 someterme a otros quehaceres

donde el día D puede ser cualquier día A, B, C…X, Y, Z

sin ningún alma a la que engañar o besar. 

 

 

Y ahora, ¿de qué voy a escribir? 

 

 

He vuelto a la pregunta. 

Vuelvo a la palabra 

como animal con lenguaje propio,

no comparto mis tildes ni mi acento

con las piedras de aquellos bolsillos oscuros. 

No comparto nada de mí, pero aquí estoy. 

Agotado. Efusivo. Inquieto. Obtuso. (No) Uno. 

 

 Estamos rodeados de obsceno deseo, 

raíz marchita son nuestros dedos y nuestro grito,

y de rodillas clavo este cuerpo 

atravesando la tierra hasta Baltimore;

en un fuego alimentado de noticias.

 

La mía: 

moriré al lado de las lagunas secas

como cadáver de cigüeñuela,

ignorada por los vehículos de la carretera

—¿Qué clase de carreteras serán aquéllas? —  .

Vacías, como exterminio de sueños

o alivio santo de vidas,

de literatura de protocolo,

mayúsculas ecológicas 

como carteles informativos. 

 

 

¡Dadme imperativos! 

Ahogadme en ellos. 

Ahora que sé leer 

sólo recojo tierra. 

 

Hubo un día en el que delante de todos 

alzaba mi voz aguda pero profunda

para recitar sobre nuestro lugar;

y aplausos me satisfacían  

como la propina de un vecino. 

 

La guerra es oral. 

Somos perdedores grandilocuentes o mudos. 

La guerra es la de siempre.  

No existen apps para la revolución.

Sólo deseo y discurso. 

 

Por tanto, ¿de qué voy a escribir?

¿Para quién voy a escribir?

Para qué, para qué. 

 

 

¿Saben ustedes que la abubilla me visitó? 

Pero yo no sabía su nombre,

así que tuve que buscarlo en google.

Dios = Data. 

¿Qué webs visitáis vosotros? 

Qué lugares llenan el hueco de vuestras reminiscencias:

calurosos, fríos, 

marchitos de juicio y dulces de comprensión. 

El juez del recuerdo llama al testigo desdoblado de la realidad,

otro, otro

que va hacia el estrado con un taconeo de diseño industrial, 

y habla y habla 

enfrentando certezas y falacias 

como besos inocentes. 

 

No nos vamos a quedar al veredicto. Tan poco relevante es. 

La representación exige suscripción. 

Aunque hay otros métodos. 

Dijeron «abre los ojos y dale al play»

oh cueva de extinción.  

 

Y entonces vinieron los insultos:

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sin saber a qué trago está hecha mi garganta, 

a quién tocan mis dedos;

mi silencio rodeado

de alarma monetaria brillante

como verdugo de uniforme,

sereno en la espera 

de la rabiosa orden final. 

 

¿Veis esos carteles? 

Esos que anuncian en una tipografía de aperitivo

la llegada de la navidad,

luminoso principio y fin de consumo

como cuerpo satisfecho, 

estómago agradecido de la historia.

Noche de luces que no alumbran nuestro pecho

aprisionado bajo el abrigo robusto

mientras caminamos en la avenida interminable de pares y nones

como cal y arena

entre la marabunta de cuerpos algunos de ellos bien motorizados

esquivándose como enemigos cobardes,

golpeados por un resfriado sintáctico.

 

Amortajado en un pueblo vacío y lejano

escondido detrás del silencio y el polvo de los muebles,

mis manos sin léxico podrían asesinar

como fríos abrazos 

de los ausentes miembros del tiempo:

la tormenta de soledad y rayos. 

Perdida la añoranza entre las arrugas

la ciudad se llenará de amigos desconocidos 

en una primavera exhalada

enfrentada al largo verano de los edificios. 

 

(ENTER reformulador recapitulativo En fin)

 

 

Ahora permanezcamos en silencio. 

 

 

El mundo está lleno de resucitados,

los antibióticos han superado la dialéctica de la enfermedad,

pero no hablemos de horizontes ni de fin,

gritemos

gritemos como si la filosofía aún fuera respetada,

como si la poesía vacuna de destrucción;

gritemos

gritemos como un valiente fusilado de ideales

como loco gramatical. 

 

 

Vayamos juntos a las ceremonias de entrega de premios,

permanezcamos de pie como pilares de carga

y después abramos nuestros dedos

durante días de años y años y días.

La nueva edad media está aquí. 

Levantemos nuestros brazos como arcos de hambrientos.

¿Quién es el alimento?

¿Quién es el libro? 

Qué es la poesía.

Huye si la buscas aquí. 

 

Como pueden apreciar, ya no tengo nada más sobre lo que escribir. Nos espera un final narrado tal discurso televisivo de próxima temporada. Coronado por un público enlatado en un ADN registrado. Etalonan nuestra piel a juego de la escenografía. 

SILENCIO APLAUSOS SILENCIO APLAUSOS SILENCIO APLAUSOS SILENCIO APLAUSOS

 

Y después de este final anunciado

¿de qué voy a escribir? 

 

De todos esos secretos guardados

por los años y el miedo;

confesional caligrafía ininteligible.  

 

De todos esos sueños registrados

por las noches de insomnio y meditación;

místico silencio oral. 

 

Reclamos de versos 

como recursos legales

ante los mismos jueces. 

 

Flores que no he cortado

dejándolas marchitar

como ausencia de verdad. 

 

Ríos helados

desiertos en llamas,

mi cuerpo de dolores. 

 

 

¿De qué voy a escribir antes de mi muerte final?

 

¿Me concederá Él el don de la ebriedad?

 

Espero en silencio el regreso de la abubilla, 

su canto como habla mensajera. 

Estas serán mis últimas palabras 

hasta que el permiso me sea dado. 

 

Mientras, 

sostendré mi copa 

y su recio cabello,

giraré sobre mi mismo.

 

Sobre el amor guardado

dentro de mi cuerpo,

regalo enardecido. 

 

Hallaré el camino del valle

lejos de los planes urbanísticos

y las proclamas contra la despoblación. 

 

Mis labios húmedos de vino

permanecerán en el silencio perdido

bajo el viento del recuerdo. 

 

Su aroma es mi perfume, 

entiendo vuestra separación

como pena compartida. 

 

 

Bebamos, bebamos. 

Bebamos del fuego

que arde sobre los árboles y el lenguaje. 

 

Detrás de sus hojas queda el Alba,

el espejo de los amantes

en su oración de amor. 

 

Y el jardín que nos espera es el final 

de este vagabundeo, 

de toda narrativa y poesía abatida de polvo

sin nadie que la escriba. 

 

Y ya no hay pregunta. 

Solo compañía. 

Y ya no habrá pregunta,

poema de. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 19 de abril de 2020

Ya llegó (preludio)


Las últimas décadas hemos oído la posibilidad de un virus asesino que acabara con la población mundial. Sobre todo lo hemos contemplado en productos audiovisuales —cómo no—, más allá de programas televisivos magufos especializados. Desde las películas Estallido, pasando por 28 días después, a la serie Utopía. Bien, pues ya llegó. Y ahora qué hay que decir.
Pues bien, repito: no ha nada que decir. Simplemente llegó. No se sabe si de una sopa de murciélago o un laboratorio chino o estadounidense (sorprendentemente a Rusia en esta historia no se le ha asignado un papel principal). Los filósofos, científicos y literatos se han puesto manos a la obra para mostrarnos una realidad. Tanto la que estamos viviendo como la que está por venir. Y aún así: ¿qué hacemos los demás?
Asistimos frente al televisor a las diferentes comparecencias institucionales. Ya no sólo atendemos a nuestro presidente del gobierno o sus diferentes ministros, sino que se han incorporado a la imagen de la democracia distintos sujetos de las fuerzas armadas y policiales del estado. Y los atendemos cómo expertos de no se qué. Escuchamos el número de denuncias públicas efectuadas por éstos. Intervenciones y demás propósitos ejemplarizantes.  Qué nos va a quedar: nos preguntamos en un fuero interno que no reconocemos. Tampoco intento llegar a él. Qué pretensión.

Dicen que en las capitales existe un helicóptero nocturno con un cañón de luz persiguiendo a los infractores que se intentan camuflar entre los edificios. Con distintos destinos y propósitos. Casualmente, el control es más férreo y los resultados más satisfactorios cuanto más pobre es el barrio. El eufemismo elegido para este encierro es el de confinamiento. No sé las especificaciones de este vocablo, igual es solo un sinónimo institucional para la ocasión. La cuestión es que hemos aceptado esto como algo necesario. La muerte es una realidad, una realidad ante la que no tenemos nada que plantear. Y aún así, el trabajo, el futuro, la industria —ésta o aquélla—, se plantan delante de nosotros como muros inquebrantables en los que sujetarse. Nuestro equilibrio mental es su equilibrio vital. El supermercado se ha erigido templo definitivo, y definitivamente, de una sociedad post post post espectáculo. Vacía de teoría. De una con la suficiente fuerza para hacer arder las ruinas de oro chapado.

Así que ya llegó.