El debate de
actualidad en las redes sociales sobre la creación de un sindicato de
prostitutas -y sobre el que no voy a opinar, ya que este medio ni yo mismo
tenemos vocación ni interés de opinante, si a caso, aspiración de
contador- me hizo recordar una de las
primeras secuencias de la película Libertarias
(Vicente Aranda, 1996) en la que tres mujeres de la organización Mujeres Libres entran en un prostíbulo
de Barcelona tras el estallido de la revolución social con la intención de
liberar a sus compañeras y hermanas prostitutas. Las prostitutas que en un
primer momento no parecen muy convencidas de su propia liberación tras escuchar
un discurso teórico político por una de las anarquistas que las intenta animar
a abrazar su libertad - “¿Qué dicen estas”?
“Nada, que son putas pero no cobran”-
sufren una revelación, en cambio, ante el discurso de otra de las
anarquistas en el que hace referencia a salchichones, cipotes y coños. En el
siguiente clip de audio recojo la reacción de las prostitutas -he intentado ripear el video, pero sólo he conseguido
capturar el audio, disculpen mi torpeza tecnológica-.
Y es aquí, donde
comienza algo que me lleva dando vueltas años en la cabeza desde que vi esta
película: el momento en el que una de ellas dice: “¿Hay mujeres como vosotras
en mi pueblo? Yo soy de Écija”.
Según Google, en España existen más de ocho
mil municipios. ¿Qué es lo que llevó a Vicente Aranda o Antonio Rabinad
(guionista de la película) a elegir Écija como lugar de nacimiento de este
personaje? ¿Eran famosas las prostitutas de Écija en aquella época? Y si era
así, ¿cuál era el motivo? Lucía Prieto Borrego (Profesora Dpto. Historia. Univ.
Málaga) en su estudio La prostitución en Andalucía durante el
primer franquismo, señalaba que en el año 1943 en Écija
existían once casas de lenocinios bajo la autorización franquista, sin contar
las clandestinas -en una población de unas casi 35.000 personas- por lo que
podemos hacernos una idea de la magnitud de la actividad durante el año 36’ si la comparamos con los quince que había por ejemplo en la ciudad de Jaén, de unos 55.000 habitantes por esa fecha.
Por otro lado, existiría la cuestión migratoria, ya que la secuencia sucede en
Barcelona, pero este personaje autóctono de Écija hace mención a sus compañeras
de la localidad de la que es natural, por lo que puede dejar entrever cierta
competencia laboral que le ha hecho emigrar a Barcelona, quién sabe si con
otras aspiraciones, o simplemente por una cuestión de mercado o supervivencia
-como si estas fueran opuestas dentro del sistema capitalista-, ya que la mayor
emigración de ecijanos a Barcelona se produjo, como en casi toda España, en los
años 60’. Lo que es cierto es, que todo intento de generar cuestiones y
respuestas por mi parte, es algo que se me escapa, ya que no poseo ninguna
actitud científica. Pero casi a ciencia cierta, les puedo decir que este
personaje de Libertarias pudo ejercer
la prostitución en El Parralejo.
El parralejo es una pequeña zona dentro del casco
histórico de Écija, compuesto por una calle principal del mismo nombre y
algunas pequeñas y estrechas callejuelas adyacentes, donde se ha concentrado
traticionalmente el ejercicio de la prostitución. Está situado al otro lado de
la calle Comedias, donde se levantaba el viejo Teatro San Juan y se encuentra
hoy en día el nuevo Teatro San Juan, desembocando su calle principal, la calle Parralejo, en la muralla hacia la salida de el puente dirección Córdoba; dejando al
otro lado de la calle Comedias el centro histórico de los palacios señoriales y
los caciques, en contraposición a las casas pobres y de poca altura de El Parralejo, hoy en día ocupadas por
jornaleros y algún pequeño cooperativista en su mayoría. Si puedo afirmar que esta zona ha sido donde se concentraba la
prostitución en la localidad es simplemente a través del relato no oficial
entre vecinos y familia, que no por no estar registrado es menos veraz, pero
que yo no llegué a ver, ya que mis días en El Parralejo se resumen en las idas
y venidas desde mi casa, en el borde del otro lado de la calle Comedias, al puesto de la Valle- una mujer que
oficialmente llevaba viviendo cuarenta años con una amiga en la misma casa y
que podría decir que fue el último símbolo de El Parralejo y de otra vida vecinal pasada- a llevar los cascos de las caseras
y las litronas y comprar alguna chuchería, además de jugar por primera vez al Ghosts ‘n Globlins en una máquina
arcade.
En los tiempos en
los que El Parralejo era una de las zonas más marginales del pueblo y en el que
los hombres se escabullían en él por la noche, la única forma de muchas mujeres
de salir de allí era casándose con alguno de sus clientes. Así lo hizo mi
vecina la Rosa, a la que Bernardo, su marido, la retiró casándose con ella y mudándose juntos al otro lado de la
calle Comedias, aunque lo suficientemente cerca como para no olvidar de donde
venía. Una de las pocas veces que la vi salir de casa fue casualmente para venir a la mía a quejarse de que un jilguero que me había regalado mi abuelo había
hecho -a través de su canto- que sus canarios no cantaran más; y muy indignada, exigía que nos deshiciéramos
de él. Ahí fue cuando me enteré de su pasado, ya que oí cómo se mencionaba con
sorpresa lo altiva que se había vuelto, precisamente con la historia que
llevaba a cuestas, como -llevara o no la razón en la pequeña riña vecinal- si
este pasado suyo ya deslegitimizara cualquier rasgo de personalidad en los
individuos-. Y así también lo hizo La
Miracielos, una antigua vecina de mis
bisabuelos. Cuando pregunté por qué la llamaban de esta curiosa forma me
remitieron a la postura común dentro de su profesión, pero intuyendo más bien
un chisme malicioso seguí preguntando hasta que supe que había heredado el mote
de su mirado El Miracielos, al que
habían bautizado de esta forma por ser ciego y llevar siempre los ojos
entornados hacia el cielo, y por el que había abandonado la prostitución y El Parralejo.
A pesar de que vi
hace muchos años Libertarias, no ha
sido hasta este momento con la noticia del intento de creación del sindicato de
prostitutas que no me he decidido a trasladar mis dudas más allá de mi mente.
Porque realmente, cada vez que voy hacia adelante o hacia atrás en esa secuencia,
siempre me queda la duda de si lo que oigo no es más que un error de dicción, o
más bien de escucha por mi parte. Un error de percepción que me ha llevado a
contar secretos locales porque es quizás de la única manera en la que se pueden
contar las cosas. Con salchichones, cipotes y coños. O realmente, porque en el
fondo, no hay forma de contar nada. Nada de ninguna manera, sólo pedazos.