domingo, 9 de septiembre de 2018

El Parralejo.

El debate de actualidad en las redes sociales sobre la creación de un sindicato de prostitutas -y sobre el que no voy a opinar, ya que este medio ni yo mismo tenemos vocación ni interés de opinante, si a caso, aspiración de contador- me hizo recordar una de las primeras secuencias de la película Libertarias (Vicente Aranda, 1996) en la que tres mujeres de la organización Mujeres Libres entran en un prostíbulo de Barcelona tras el estallido de la revolución social con la intención de liberar a sus compañeras y hermanas prostitutas. Las prostitutas que en un primer momento no parecen muy convencidas de su propia liberación tras escuchar un discurso teórico político por una de las anarquistas que las intenta animar a abrazar su libertad - “¿Qué dicen estas”?  “Nada, que son putas pero no cobran”-  sufren una revelación, en cambio, ante el discurso de otra de las anarquistas en el que hace referencia a salchichones, cipotes y coños. En el siguiente clip de audio recojo la reacción de las prostitutas -he intentado ripear el video, pero sólo he conseguido capturar el audio, disculpen mi torpeza tecnológica-.






Y es aquí, donde comienza algo que me lleva dando vueltas años en la cabeza desde que vi esta película: el momento en el que una de ellas dice: “¿Hay mujeres como vosotras en mi pueblo? Yo soy de Écija”.
 Según Google, en España existen más de ocho mil municipios. ¿Qué es lo que llevó a Vicente Aranda o Antonio Rabinad (guionista de la película) a elegir Écija como lugar de nacimiento de este personaje? ¿Eran famosas las prostitutas de Écija en aquella época? Y si era así, ¿cuál era el motivo? Lucía Prieto Borrego (Profesora Dpto. Historia. Univ. Málaga) en su estudio La prostitución en Andalucía durante el primer franquismo, señalaba que en el año 1943 en Écija existían once casas de lenocinios bajo la autorización franquista, sin contar las clandestinas -en una población de unas casi 35.000 personas- por lo que podemos hacernos una idea de la magnitud de la actividad durante el año 36’ si la comparamos con los quince que había por ejemplo en la ciudad de Jaén, de unos 55.000 habitantes por esa fecha. Por otro lado, existiría la cuestión migratoria, ya que la secuencia sucede en Barcelona, pero este personaje autóctono de Écija hace mención a sus compañeras de la localidad de la que es natural, por lo que puede dejar entrever cierta competencia laboral que le ha hecho emigrar a Barcelona, quién sabe si con otras aspiraciones, o simplemente por una cuestión de mercado o supervivencia -como si estas fueran opuestas dentro del sistema capitalista-, ya que la mayor emigración de ecijanos a Barcelona se produjo, como en casi toda España, en los años 60’. Lo que es cierto es, que todo intento de generar cuestiones y respuestas por mi parte, es algo que se me escapa, ya que no poseo ninguna actitud científica. Pero casi a ciencia cierta, les puedo decir que este personaje de Libertarias pudo ejercer la prostitución en El Parralejo.
El parralejo es una pequeña zona dentro del casco histórico de Écija, compuesto por una calle principal del mismo nombre y algunas pequeñas y estrechas callejuelas adyacentes, donde se ha concentrado traticionalmente el ejercicio de la prostitución. Está situado al otro lado de la calle Comedias, donde se levantaba el viejo Teatro San Juan y se encuentra hoy en día el nuevo Teatro San Juan, desembocando su calle principal, la calle Parralejo, en la muralla hacia la salida de el puente dirección Córdoba; dejando al otro lado de la calle Comedias el centro histórico de los palacios señoriales y los caciques, en contraposición a las casas pobres y de poca altura de El Parralejo, hoy en día ocupadas por jornaleros y algún pequeño cooperativista en su mayoría. Si puedo afirmar que esta zona ha sido donde se concentraba la prostitución en la localidad es simplemente a través del relato no oficial entre vecinos y familia, que no por no estar registrado es menos veraz, pero que yo no llegué a ver, ya que mis días en El Parralejo se resumen en las idas y venidas desde mi casa, en el borde del otro lado de la calle Comedias,  al puesto de la Valle- una mujer que oficialmente llevaba viviendo cuarenta años con una amiga en la misma casa y que podría decir que fue el último símbolo de El Parralejo y de otra vida vecinal pasada- a llevar los cascos de las caseras y las litronas y comprar alguna chuchería, además de jugar por primera vez al Ghosts ‘n Globlins en una máquina arcade.
En los tiempos en los que El Parralejo era una de las zonas más marginales del pueblo y en el que los hombres se escabullían en él por la noche, la única forma de muchas mujeres de salir de allí era casándose con alguno de sus clientes. Así lo hizo mi vecina la Rosa, a la que Bernardo, su marido, la retiró casándose con ella y mudándose juntos al otro lado de la calle Comedias, aunque lo suficientemente cerca como para no olvidar de donde venía. Una de las pocas veces que la vi salir de casa fue casualmente para venir a la mía a quejarse de que un jilguero que me había regalado mi abuelo había hecho -a través de su canto- que sus canarios no cantaran más; y muy indignada, exigía que nos deshiciéramos de él. Ahí fue cuando me enteré de su pasado, ya que oí cómo se mencionaba con sorpresa lo altiva que se había vuelto, precisamente con la historia que llevaba a cuestas, como -llevara o no la razón en la pequeña riña vecinal- si este pasado suyo ya deslegitimizara cualquier rasgo de personalidad en los individuos-. Y así también lo hizo La Miracielos, una antigua vecina de mis bisabuelos. Cuando pregunté por qué la llamaban de esta curiosa forma me remitieron a la postura común dentro de su profesión, pero intuyendo más bien un chisme malicioso seguí preguntando hasta que supe que había heredado el mote de su mirado El Miracielos, al que habían bautizado de esta forma por ser ciego y llevar siempre los ojos entornados hacia el cielo, y por el que había abandonado la prostitución y El Parralejo.
A pesar de que vi hace muchos años Libertarias, no ha sido hasta este momento con la noticia del intento de creación del sindicato de prostitutas que no me he decidido a trasladar mis dudas más allá de mi mente. Porque realmente, cada vez que voy hacia adelante o hacia atrás en esa secuencia, siempre me queda la duda de si lo que oigo no es más que un error de dicción, o más bien de escucha por mi parte. Un error de percepción que me ha llevado a contar secretos locales porque es quizás de la única manera en la que se pueden contar las cosas. Con salchichones, cipotes y coños. O realmente, porque en el fondo, no hay forma de contar nada. Nada de ninguna manera, sólo pedazos. 


2 comentarios:

  1. Pues bastante de acuerdo con eso de que lo que se cuenta son los pedazos que uno vio o sintió o le llegaron, que ya de por sí son pedazos de aun algo roto pero aún así en precario y a veces bello equilibrio, desde luego, nada impostado (que es el mal de hoy en día que todo nos imposta mucho, si se me perdona el mal chiste).
    Por otro lado me he sentido identificado con lo de los cascos y las maquinolas. Cómo es la memoria y que pistas nos da sobre lo que de verdad atañe a los hombres.

    Este nuevo empeño tuyo no tiene desperdicio

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  2. Gracias por compartir tus comentarios con chiste y todo, ahí también me siento yo identificado, en los chistes malos hay mucho encuentro. A empeñar(se) nos obligan. Y con honra. Abrazo.

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