Me preguntaron
por qué había decidido grabar una entrevista en un plano fijo. Es más,
añadieron: “con los conocimientos que tienes por haber trabajado en cine”. Mi
respuesta tuvo dos partes, primero una de connotación técnica: ruedo una
entrevista con un plano fijo porque quiero darle toda la importancia a la
persona entrevistada, no quiero ninguna distracción impuesta sobre ella ni
sobre mi mismo como interlocutor, prefiero escuchar a quien tengo delante que estar
pendiente de la cámara -del foco, del iris, del encuadre…incluso del trípode en
caso de tener la cámara sobre él-. Ni siquiera me gusta el uso del zoom por
este motivo -tratándose de una entrevista-, aunque reconozco que a veces éste
dota la entrevista de otra dimensión, posiblemente necesaria, como sucede en Amor (Lluis Escartín, 2001), donde un
joven israelí narra su experiencia como soldado del estado sionista de Israel. La
segunda parte de mi respuesta, a su vez, estaba compuesta por un sentido más teórico
y político: la persona que me hizo la pregunta echaba en falta ciertos recursos
que el cine industrial ha ido introduciendo desde el plano contra plano, ese dinamismo, ese ritmo de imágenes que va
introduciendo al espectador en una recreación, una escenografía del mensaje.
Seguramente, en su cabeza tendría esos programas televisivos de supuestos
reportajes periodísticos, en los que no falta una entrevista con su plano de
manos del entrevistado mientras habla, el vaso de agua en la mesa, incluso su
rostro reflejado sobre él, el plano contra plano del entrevistado contra la
estrella periodística, una ventana, y el paisaje de fuera.
El cine
industrial y la televisión, marcan nuestra experiencia con su lenguaje. Si te
muestran dos personas sentadas en una mesa, hablando una frente a la otra, la
escucha se hace insoportable. Es un ejercicio de sinceridad para el que nos han
desconectado, a base de imágenes y sonidos. Ya saben, eso que llaman lenguaje cinematográfico. En ese cine
espectáculo, cualquier personaje es un político, un político que necesita un
maquillador, un par de luces, un sonidista, un cámara, una persona de producción,
un entrevistador profesional para transmitir su mensaje. Pero esto solo será su
mensaje, nunca una verdad, al menos, ni el intento de una verdad. Por eso,
aunque posea todos estos conocimientos técnicos adquiridos en una experiencia
laboral, decido no hacer uso de ellos -reconociendo que a veces, incluso si
quisiera, no podría hacerlo por cuestiones materiales-, porque romper con este
método impuesto es una necesidad y una obligación para todo cineasta que
trabaje y se muestre con sinceridad. Estar fuera de los límites de este lenguaje
industrial es una acción política, ya que este mismo, es una herramienta política
al servicio -ya pueden imaginárselo- de una hegemonía ideológica que te dice que
para entrevistar a un dirigente socialista hay que iluminarlo en claroscuro y si
entrevistas a un presidente capitalista no escasees en luces, buscando una
uniformidad oficial que solo hace reproducir esa supuesta amabilidad del
sistema en el que vivimos. Por lo que les pido, hagan un ejercicio de respiración,
intenten desconectar del ruido ambiente y enfréntense a aquello que se nos
muestra tan claro que no podemos asimilar, que nos crea resistencia. Si hay
resistencia y no rechazo, aún hay tiempo. Más allá hay mucho más cine. Y vean Amor.
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